martes, 18 de junio de 2013

Viena ( Austria )




Si hubiera que definir a Viena con una palabra, ésta sería IMPERIAL, porque verderamente lo es, desde el primer rincón hasta el último ( al menos de los que yo he visitado, y han sido unos cuantos ). Cuánto espacio bien aprovechado, delineado y bordeado por magníficos e imponentes edificios. Desde las ocultas muestras de Románico al Gótico de San Stephan, el Barroco del Hofburg, de las iglesias de los jesuitas , dominicos y tantas otras; el Neoclásico del Parlamento, el Modernismo de la Secession o la Bauhaus hasta las muestras más vanguardistas de la Hundertwasser Haus y las Kunsthaus, todas nos deleitan la visita y hacen que valga la pena recorrer la cantidad de kilómetros que puede llegar uno a caminar sin apenas sentirse cansado.










Recorrer el "Ring" es una verdadera experiencia. Solo faltaría cruzarse con Sissi o Francisco José mientras suena de fondo un vals de Strauss para que el paseo fuera completo. Y no llamaría la atención porque es una ciudad muy bien conservada y restaurada, tal como debió de ser en sus tiempos más gloriosos. También el ruido de los tranvías ( llamados "bling" por el peculiar sonido de su campana ) te transporta a otras épocas en las que el tiempo transcurría más pausadamente.

Una de las cosas buenas de la ciudad es que el tráfico no molesta y no hay el agobio ni la prisa que tenemos en nuestras ciudades. Viena invita al paseo y al disfrute no sólo de la vista, sino también de los sonidos.












Subir las escaleras del Teatro de la Ópera, recorrer su patio de butacas y visitar la parte de atrás del gigantesco escenario hacen que uno se dé cuenta de todo el trabajo que conlleva una representación. Lo que no se ve de la escena es igual o mas grande que todo el patio de butacas. La maquinaria que esconde permite cambiar los decorados con rapidez, de un día para otro. Y si la economía no te permite ni acceder a las entradas de pie, también se puede disfrutar del espectáculo desde el exterior en una pantalla gigante, aunque me imagino que no es lo mismo.
















Se necesita mucho más de una semana en la ciudad para poder apreciar  y disfrutar en su justa medida toda la oferta cultural que nos ofrece: teatros, museos, salas de exposiciones, conciertos y tomar un capuccino en el Café Central o en cualquiera de los tradicionales cafés repartidos por toda la ciudad.

Y si el estómago te da un aviso, puedes recurrir a un exquisito Wiener Schnitzel para recuperar fuerzas. Lo hay de ternera, de cerdo y de pollo, y cualquiera de ellos está riquísimo. En cambio, la "Sacher Törte" no ha llegado a tocarme la fibra. Puestos a elegir, casi me gusta más la de la pastelería La Oriental de Madrid.













El Schloss Belvedere, con su magnífica colección de pintura, aunque la estrella sea Gustav Klimt. Y es que su atmósfera envuelve la ciudad y nos hace buscarlo por todas partes.

Y sus amplios jardines de estilo versallesco, donde uno puede dar un buen paseo o descansar tras la visita.








Fue una pena no poder asistir a la noche de puertas abiertas que hacen las iglesias de la ciudad ofreciendo conciertos de música sacra y de órgano en directo, con la posibilidad añadida de dejarse tranportar por esos majestuosos sonidos que nos envuelven y nos transportan a otros mundos. Pero si pude asistir a algunos de los ensayos. El de la  iglesia de los jesuitas es el que más impacto me causó.

 












Pasear mirando al cielo o a media altura es una gozada. Si se hace así, uno no se se pierde los ejemplos de magníficas fachadas de uno u otro estilo: la de la Casa Loos como contrapunto a la del Palacio Hofburg y la Stephankirche, la Escuela Española de Equitación, la Casa Mayólica frente al encantador Naschmarkt, la Farmacia de Otto Wagner, el Edificio Secession, los templetes de la entrada de la estación de Karlsplatz, la galería Ferstel con el Café Central, la Columna de la Peste ( a mí me recordó una falla valenciana ), el Ankeruhr con sus figuras en movimiento al marcar las horas.

En cualquier rincón puedes llevarte una grata sorpresa y siempre con la elegancia y el refinamiento como nota dominante. Ni una sola pintada o graffitti ( qué diferencia con Madrid ), una limpieza y un cuidado exquisitos en todo el conjunto urbano.










































El palacio de Schönbrunn con su ingente cantidad de salas, salones y habitaciones, imposibles de visitar  todas en un día. Envuelto en la leyenda de Sissi a pesar de que con el trajín de viajes que se traía no creo que tuviera oportunidad de habitarlo muchos días seguidos. Pero se respiran su estilo y su presencia al igual que la música de vals en el salón de baile y la melancolía de Francisco José en sus austeras habitaciones privadas.
































































Y cómo resistirse al encanto kitsch del parque atracciones del Prater y su famosa noria, donde por unos momentos puedes sentirte como un Orson Welles , pero solo un poco jajajajajajaja. Desde el punto más alto las vistas son magníficas, no solo de la ciudad sino también del parque por el que no parece  haber pasado el tiempo.














El Naschmarkt y toda su variada oferta de productos de cualquier país que uno pueda imaginarse y su variedad de restaurantes que van desde el sencillo Kebap hasta el de cocinas más cercanas . 

Y desde luego, no podría ni quiero olvidarme de la pequeña tienda de golosinas, bombones y latas de todo tipo y formas ( yo compré una con forma de coche antiguo y me quedé con las ganas de comprarme casi todas ) en la Plaza Freyung. Si váis no os la  podéis perder.