Hay pueblos que tenemos como incrustados en algún rincón de la memoria y que reconocemos fácilmente en libros, fotografías e incluso en sueños. Que asociamos con la misma facilidad a personajes y hechos históricos y que resulta que no conocemos porque no hemos estado nunca. Lo que no quita que nos resulten familiares en cuanto paseamos por sus calles y admiramos no solo los monumentos sino también los rincones más olvidados.
Es el caso de Medina del Campo, Tordesillas y de tantos otros que poco a poco vamos visitando y admirando. Cito solo estos dos por su nombre por haber sido los últimos visitados.
Casi pueden sentirse a Isabel la Católica paseando por el castillo de la Mota y a Juana la Loca llorando su soledad y su desgracia por los pasillos de Tordesillas.
El castillo es impresionante. Qué pena que estuviese cerrado, pero así nos obliga a una segunda visita y de paso pudimos entreternos admirando el magnífico exterior. Y pasear por la plaza, descubriendo las tapas del bar Alegría y los dulces de la panadería Flores y Jiménez, casi tan ricos como serviciales y simpáticos los empleados. Las fotos hablan por sí solas. Obligada visita a los dos sitios porque además los precios os sorprenderán.
Y el palacio de Las Salinas, que nos transporta a otros tiempos cuando existía una ruta de balnearios para que las clases adineradas recuperaran la salud y mitigaran su aburrimiento.