Laos, esa pequeña gran sorpresa situada entre Birmania, China, Vietnam, Tailandia y Camboya no tiene absolutamente nada que envidiarles a pesar de su tamaño. Desde el avión se nos presenta como un país verde y que ya se adivina va a gustar. Es un país que a pesar de ser comunista no pudo erradicar el budismo ni impedir ciertas costumbres más propias de un país capitalista. Según dicen los laosianos son un país de partido único con una economía diversa, propiedad privada , acceso libre a internet y a todo tipo de comunicaciones.
Luang Prabang es la antigua capital del país y se encuentra rodeada de montes y de los ríos Mekong y Nam Khane.
Las vistas desde el monte Phou Si son espectaculares.
Cuenta con más de cincuenta templos de nombres casi impronunciables y de belleza casi indescriptible. A más de uno le habré cambiado el nombre y de algún otro ni lo recuerdo. Pasé más tiempo admirando imágenes, muros, pinturas y figuras que escuchando las explicaciones del guía. Que por otra parte tengo que reconocer que era estupendo y me hizo el viaje agradable y ameno.
La herencia colonial es muy fuerte y sobre todo se manifiesta en su calle principal. Tiendas, restaurantes, cafés, vendedores ambulantes de zumos y batidos y el mercado nocturno.
Y como no podía faltar en mi blog y en cada ciudad, un plácido gato descansando al sol.
La noche se ilumina con miles de farolillos anunciando todo tipo de ofertas gastronómicas y comerciales.
El templo de Wat Visoun.
El templo de Vat Xieng Thong
El templo del palacio real de Luang Prabang.
El templo Wat Mai.
El nombre de alguno ya se me olvida, preocupado como estaba de plasmar en imágenes tanta belleza.
Templo de Wat Aham.
La procesión matinal de los monjes y recogida de comida que les ofrecen los fieles.
Volveré, no solo para disfrutar nuevamente de Luang Prabang, sino para poder conocer un poco más todo el país y a sus gentes.