Si hubiéramos podido imaginar el paseo que tenía que darse la pobre monja para llegar al torno desde que sonaba la campanilla, seguro que hubiéramos tirado muchas menos veces de la cadena de la puerta.
Una puerta cerrada que, en nuestra imaginación, debia transportar a un mundo prohibido, místico, lleno de silencio, soledad y misterio. Con el tiempo también comprendimos que ese mundo, además, estaba lleno de carencias y necesidades escasamente cubiertas por los presentes y donativos de la gente del pueblo. El cepillo de la iglesia, los trabajos mal cobrados y las clases de bordado completaban la economía de estas pobres y pacientes monjitas de las que solo sabíamos de su existencia por la voz de sor Corazón detrás del torno y por los cantos en la misa y otras celebraciones. Que pena que no existe documento sonoro.
Ya no hay monjas. Nada queda de sus ajuares, cuadros, muebles y ornamentos religiosos. Solo quedan el torno y la campana. El resto ha desaparecido ante la pasividad mas que pasmosa de la gente del pueblo. Al fin y al cabo formaba parte del patrimonio cultural y debía de haber permanecido alli para dar prueba de lo que ese lugar fue en el pasado.
Afortunadamente, se ha iniciado una labor de recuperación encomiable y digna de felicitación encabezada por el párroco y secundada por todo el pueblo, o al menos por una gran parte, creo yo. Solo hace falta dinero y eso ya es cosa nuestra. Aunque rascarse el bolsillo nunca ha sido muy fácil para los corraleños. Pero esta causa lo merece.
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