Para mí, Isfahán es la reina de las ciudades iraníes. Yazd, la princesa. Y Shiraz, punto y aparte. Si Isfahán estuviese en Turquía le haría sombra a la mismísima Estambul, pero le falta cosmopolitismo y desarrollo. Y le sobra integrismo. No hay que olvidar que Irán es una república islámica cerrada a cualquier avance, costumbre que contradiga sus creencias religiosas y casi al turismo. Pero incluso así, es una ciudad majestuosa y que invita a volver y a que nunca pierdas el interés por su majestuoso pasado. La plaza Naghshe Jahan, una de las más grandes del mundo, la mezquita de Sheikh Lotfollah enfrente del palacio Aliqapu, la mezquita del imam Shah, el palacio de Chehel Sotún, llamado también de las cuarenta columnas. El palacio Hasht Behest, la increible mezquita del viernes, el barrio armenio y su catedral de Vank, los puentes de Kaju y Sioshe Pol, y todos los descubrimientos que vas haciendo mientras paseas por sus calles y te dejas llevar por la simpatía de sus gentes.
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