Conocida como "la novia del desierto" ejerció en mí un influjo especial. Me sentí tan a gusto paseando por sus calles y visitando sus monumentos que parecía que había vuelto a un lugar conocido.
Impresionan la altura de los minaretes de la Mezquita Jame y su belleza. Sobrecoge la vista de las Torres del Silencio, antiguos cementerios zoroástricos. Y sorprende el Templo de Zoroastro con su eterno fuego sagrado.
Y aunque solo sea una fachada, no hay que olvidarse de la plaza de Amir Chaghmag y todo el bullicio que alberga.
Para acabar con los entrenamientos en el Saheb A Zaman Club, ubicado en la parte superior de unas antiguas cisternas. Menuda lección de vitalidad y vigor dan los deportistas que allí entrenan.
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